Mi mano, con manso tacto empuja y abre la puerta de aquel cuarto de hospital, con
reverencia, en un profundo silencio la silueta humana de un hombre se revela reposando
en aquel lumbral.
La atmosfera de aquel santuario ha sido transformada en un jardín por las flores que son
muestra de buena voluntad, su perfume y bellos colores, me hacen recordar cuando en mi
amigo, la vida brotaba como caudal de rio, sin principio ni final.
En cada paso que tomo al acercarme a él mi mente resuena incontrolable perdida en un
huracán de recuerdos, momentos, que enlazaron nuestras vidas con risas y lágrimas,
expresiones de nuestros triunfos y derrotas. que daban vida a los versos de canciones que
eran nuestros Ideales.
Momentos felices inexplicables, llenos de los sentimientos más profundos del alma de un
ser humano, que fluían al vibrar del tambor y la guitarra en la más perfecta armonía,
transportándonos a ese lugar, donde solo la música, sabe llegar.
Sus ojos instintivamente abre, su dulce sonrisa me confiesa lo que el trata de ocultarme, el
dolor que lo atormenta, para así evitarme, el dolor que yo, por el sienta, me pregunta,
amigo, que hora es, y le respondo, 5 minutos para la media noche, y me dice, me tengo que
alistar, ya sabes que no es de caballeros hacer a una dama esperar perdona que no
te atienda, cuando te vayas por favor no te olvides, la luz apagar.
Su tambor no vibra más, y mi guitarra paciente, en una esquina espera, a que yo termine de
llorar, sabe que ella y yo aún tenemos, muchas canciones por cantar, mi guitarra en su
lealtad refleja, la amistad que Miguel Gálvez y yo, pudimos disfrutar.